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domingo, 25 de noviembre de 2007

Hipótesis sobre José Tomás

La vuelta a los ruedos de José Tomás la pasada campaña ha supuesto un revulsivo para la fiesta que no puede dejar a nadie indiferente.

Mucho se ha escrito, sobre todo a partir del mes de agosto, sobre la supuesta exageración en el elogio, el desprecio a otros toreros, su técnica (o la ausencia de ésta),… Pero creo que nada de esto es lo realmente relevante.

El hecho de que se haya hablado de José Tomás fuera de los angustiosos círculos taurinos supone, ante todo, dos realidades. La primera, que se puede mandar en la fiesta pasando por encima y despreciando a todo el engranaje de mediocres que aúnan plazas, toreros, toros, peñas y estados de opinión. Y la segunda, que para hacerlo hay que reivindicar la épica del toreo.
José Tomás no es el torero que mejor torea en este momento. Los hay con más arte (Morante, Manzanares, Curro Díaz, Juan Bautista,…) y con más técnica (Ponce o El Juli, sin ir más lejos). Entonces, ¿por qué la gente llena las plazas al reclamo de JT? ¿Por qué los intelectuales y los “modernos” le dan carta de naturaleza y vuelven a los ruedos? ¿Por qué se habla de él en los medios, fuera de las escuetas crónicas taurinas, e incluso sin que medie una cornada?

A mi juicio, lo que distingue a José Tomás es su empeño por reivindicar que el toreo no es un oficio ni un espectáculo, sino un ritual pagano. Una especie de religión sin Dios. Algo que nos conduce a lo más hondo de nuestra esencia.

Hoy, los toros no son un espectáculo de masas. Los públicos, salvo excepciones, no entienden de toros, ni de la técnica del toreo,… No saben qué lidia requiere cada tipo de animal. Ni siquiera, la mayoría, a qué responde el orden de la lidia. No saben de campo y no han pasado horas oyendo a sus padres y abuelos hablar de tal o cual faena, del modo de torear de no-sé-quién,… Por eso, es muy difícil que aprecien una faena, más allá del riesgo evidente o de la estética manifiesta.

Pero, sin embargo, reconocen a la primera la severidad de la liturgia. El estoicismo en la inmolación. No porque JT quiera morir (¡soberana estupidez!). Sino porque no rehúye esta eventualidad. Porque su técnica no está dirigida a torear de forma estética, sino a que su presencia en la plaza lo sea. Incluso si eso se traduce (por necesidad o por impericia) en enganchones y desarmes.

JT torea muy bien a veces y otras se alivia. Tiene días claros y algunos de profunda maraña. Le escogen los toros y no siempre con acierto. Pero en la plaza transmite una sensación de pureza que es difícil encontrar en otros diestros.

Para que el toreo se engrandezca en este siglo XXI no va a ser suficiente que se toree bien (cada vez hay más toreros que saben hacerlo, en esto las escuelas han ayudado una barbaridad). Será imprescindible que, más allá de la diversión y la fiesta, la gente le dé un sentido profundo a lo que allí sucede. Si no, por pura estética o por tradición, no será fácil defender la muerte del toro.

Y para eso los toreros tendrán que mantener un halo de misterio que explique que su riesgo no es trivial.

Dentro y fuera de la plaza. Convirtiéndose en centro del debate y de la provocación. Con diferentes estilos y con acusada personalidad. Caminando y viviendo de forma distinta. Porque así lo exige el rito. Porque esa es, también, su inmolación.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Rentrée

Morante promete volvernos locos a los aficionados.

Lleva camino de ser un torero intermitente. Pero no porque tenga días de mayor gloria o de profundidades insondables, sino porque su espíritu le va conduciendo de forma aleatoria a encontrarse con el fervor del público o a encerrarse en los misterios de su mente.

Ha decidido reaparecer el Día de Reyes en Méjico. Ya no hace falta que los de Oriente traigan más presentes. Con él, la temporada toma otro cariz.

Por casualidades del destino iba a estar en el DF en esas fechas. Pero al final no va a poder ser, aunque no descarto verle por aquellos pagos a comienzos de febrero. Iré dando debida cuenta.

Su reaparición ha sido presentada con brevedad pero con amplio despliegue informativo. Aunque no se sabe muy bien cómo piensa organizar la temporada. Hay quien ha hablado de una exclusiva de 25 tardes. Quizá, después de la experiencia de la pasada campaña de José Tomás, hay toreros de culto que quieren dar cierto empaque a cada tarde. Y eso no se puede hacer en 100 corridas por campaña. Habrá que verlo. Ni siquiera JT puede plantearse el próximo año como el 2007. El público va a exigirle más y serán muchos menos los que puedan seguirle de romería.

Pero Morante puede decir en 25 tardes más que algunos en toda la temporada. Además, el número es sumamente escueto. Imaginemos:

Olivenza: 1
Sevilla: 3
Madrid: 2
Valencia: 1
El Puerto: 2
Sanlucar: 1
Huelva: 1
Toledo: 1
Barcelona: 1
Nimes: 1
Algeciras: 1
Málaga: 2
Murcia: 1
Salamanca: 1
Campo Pequenho: 1
Santander: 1
Albacete: 1
Mérida: 1
Valladolid: 1
Ronda: 1

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Liturgia y ritual

Este fue el relato que envié al concurso de Las Ventas. Los premios han tenido otros destinatarios (mi enhorabuena a todos ellos). Par mí, la recompensa del concurso fue revivir aquella tarde inmensa. Y que fuera publicado en la fecha más taurina (el 15 de agosto). Como fue también inmenso poder disfrutar del relato de José María, que si no fue premiado sólo puede ser porque los méritos que se han tenido en cuenta han sido otros que los estrictamente literarios. Lo mío, fue más modesto. Decía así.

Liturgia y ritual

Cuando aquella tarde salí de la plaza me propuse firmemente no volver a ir jamás a una corrida de toros. Y no porque aquella hubiera sido mala, como ocurre con frecuencia, sino porque intuí que era prácticamente imposible que llegara a sentir la emoción que acababa de vivir. Afortunadamente, incumplí mi propósito y he podido ver después grandes faenas. Pero el presagio se ha cumplido y, tardes de toros, no he vuelto a vivir ninguna como aquella.

Porque en la goyesca del 2 de mayo de 1996 Joselito no sólo toreó bien a sus seis toros, sino que los recibió de capa de forma distinta a cada uno, los puso en suerte, hizo quites con pureza, vistosidad y sin repeticiones (el del cuarto, absolutamente inenarrable), empezó cada faena de muleta con un planteamiento diferente según lo requería el comportamiento de cada animal, reinventó pases olvidados, hizo faenas de pellizco y de arrimón,… En fin, reivindicó la lidia como parte esencial de la fiesta y ésta como liturgia y ritual que no tiene nada que ver ni con el espectáculo, ni con el deporte, y muy lejanamente con el arte y la tradición. Reivindicó el toreo como vivencia plena que más allá de la estética, que la hubo en abundancia y de calidad, llega a los tendidos cuando conecta con lo más profundo del ser humano, con aquello que le liga a la naturaleza desde el misterio de la vida y la certeza de la muerte.

Años antes, César Rincón nos había emocionado al volver a citar desde lejos y conseguir templar las embestidas. Como después haría José Tomás al acercarse a sitios imposibles y desplazar la mano izquierda con una parsimonia inverosímil. O Curro, Aparicio, Castella, Morante, Finito, Cid, Ponce, Talavante,… Hemos visto torear mejor o, al menos, tan bien como aquella tarde. Pero nadie ha vuelto a demostrar la grandeza del toreo como lo hizo José hace ya más de diez años.

jueves, 15 de noviembre de 2007

¡Ese Curro...!

El País ha abierto hoy su hemeroteca en internet.

Magnífica oportunidad de recuperar los textos de Joaquín Vidal, uno de los mejores escritores de crítica taurina de los últimos años. Aunque sobre su parecer en materia de toros y toreros se discrepara a menudo.

En cuanto he tenido la ocasión he ido directamente a releer la crónica que publicó el 3 de octubre de 1992: ¡Ese Curro...! Fue la última oreja que el Faraón de Camas cortó en Madrid, a un toro colorao de Moura llamado Soneto. Y la crónica de Vidal una de las mejores que recuerdo.

Comienza así:

"Eso es torear. Tres minutos después de iniciada su faena al cuarto toro, Curro Romero ya había hecho todo el toreo. Tres minutos después de iniciada la faena, ya había dado más variedad de pases que cuantos se hayan podido ver en la temporada. Y eso, precisamente eso, es torear. La tarde entera, el año taurino íntegro, desde Valdemorillo a la feria presente, una década ya viendo cómo los toreros prologan sus faenas doblando por bajo a los toros -siempre igual, cada día la misma cantinela-, allá penas si son pregonaos o boyantes, tienen poder o quedaron moribundos, y allí estaba ese Curro impredecible y único haciéndose presente en el tercio para dictar una de las más importantes y más esclarecedoras lecciones que se hayan dado en la historia de la tauromaquia contemporánea. El primer muletazo al torito noble fue un estatuario, seguido de dos ayudados por alto cargando la suerte, un cambio de mano y, de ahí en adelante, ya todo sería un explosión de técnica y de inspiración torera en ese Curro incombustible, y en los abarrotados tendidos, el asombro y el clamor..."

Y después de otros siete párrafos memorables concluía: "Ese Curro, exclusivo e imperecedero, repite otra igual, y sube a los altares".

Allí estuvimos, aunque por entonces no sabíamos de internet ni de blogs. Casi mejor. No hubiéramos podido decir nada que no dejara dicho Curro en la plaza y Vidal en El País.

Un recuerdo desde este extraño otoño y con la esperanza de la vuelta de Morante. ¿Estaremos en Méjico para verlo?

(A solicitud de la concurrencia, el enlace. Espero que funcione. http://www.elpais.com/articulo/cultura/iEse/Curro/elpepicul/19921003elpepicul_10/Tes)

domingo, 4 de noviembre de 2007

Extrañeza

Cuando llegan las tarde de domingo, intranscendentes, sin un festival que llevarse a los ojos, uno revive la importancia de la fiesta.

Más allá de la estructura de la técnica (explicada con inusitada maestría por Ponce ayer cuando le hicieron académico en Córdoba), de la emoción (digamos que hablo de Tomás) o del arte (Morante, siempre),... la temporada es un noria que explica la vida.

Al igual que los años litúrgicos, y casi con la misma periodicidad, las temporadas explican el nacimiento, la dura lucha con la cotidianeidad y la pasión y muerte por un ideal. Sin embargo, a diferencia de los prestes, los matadores no quedan obligados a colores rituales. El verde no es de "tiempo ordinario" porque ha sido testigo de grandes faenas fuera de acontecimientos cotidianos. Y el añil se reivindica más allá de la festividad de la Inmaculada (tan poco taurina, por lo demás).

Hay ternos, como el negro y azabache, o el blanco y plata, que sólo tienen sentid0 en una plaza de toros...

Pero si los sacerdotes pueden reiterar el milagro de la transustanciación, no hay razón para que los matadores no reivindiquen en milagro de su continua exposición al martirio.

Un martirio ejemplar y ritual. Nada salvífico para la humanidad, pero impresindible para los devotos.

Vaya por ellos.