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lunes, 14 de agosto de 2017

Otra forma de prohibir

La decisión de Morante de cortar su temporada nos ha sorprendido a todos. La razón esgrimida, el cansancio de presidentes y veterinarios que imponen un tipo de toro con el que es imposible hacer el toreo que él desea, ha suscitado todo tipo de reacciones, desde quienes creen que Morante es el menos indicado para hacer esta crítica hasta quienes creen que es sólo una excusa.
Tengo para mí que las razones para esta retirada (esperemos que temporal) son variadas. Y que probablemente tenga necesidad de descansar, de reflexionar, de reencontrarse con su mejor toreo, de encontrar nuevos aires en la gestión de su carrera,… Pero la referencia al tipo de toro no es una excusa. El toro que sale ahora en la mayoría de las plazas es un toro mucho más grande, ofensivo y menos armónico que hace tres o cuatro décadas. El problema o la referencia no deben ser Madrid, Pamplona o Bilbao. La cuestión es que en Sevilla ya no sale el “toro de Sevilla” y que en plazas como El Puerto, Sanlúcar, Córdoba, Málaga, Granada, Badajoz, Valencia, se ha impuesto un tipo de toros que poco tiene que ver con lo que ha sido y debe seguir siendo el toro de lidia.
Morante ha podido elegir ganaderías. Pero muchas veces los veterinarios y presidentes no han aprobado los toros elegidos en el campo de esas ganaderías. La última vez, en el Puerto, la tarde tras la que anunció su decisión.
Que los toros elegidos fueran a servirle más que los que salieron o no es una incógnita (también al Juli le obligaron a cambiar de toros, incluso de ganadería, y los que vinieron le propiciaron un triunfo histórico). Pero la cuestión no es esa. El problema es qué razones hay para que un veterinario y un presidente decidan los toros que deben lidiarse, si los reseñados tienen la edad correspondiente. No me vale, lo siento, el argumento de que debe velarse por la seriedad de la plaza y cosas por el estilo. Lo único que hay que garantizar es que el toro está sano (y en eso el veterinario sí debe opinar), que tiene la edad y que el público está informado de lo que va a lidiarse. Eso es más que suficiente para que quien quiera vaya a la plaza y quien no deje de hacerlo.

Porque imponer un determinado tamaño y tipo de toro es una forma de prohibir una cierta tauromaquia. Y no hay razones de ningún tipo para que escudándose en la defensa de la integridad de la fiesta se prohíba una manifestación de ésta, perfectamente lícita y necesaria.

domingo, 13 de agosto de 2017

Reflexiones de agosto

Inmersos en el que tradicionalmente se ha considerado el fin de semana más taurino del año, que marca también el inicio de una segunda parte de la temporada con ferias muy relevantes (Málaga, Bilbao, Cuenca, Albacete, Logroño, Zaragoza,…), conviene hacer un pequeño alto en el camino y tratar de ordenar algunas reflexiones sobre las múltiples cuestiones que nos preocupan a los apasionados de la tauromaquia.
Hasta ahora, el año ha estado marcado sin duda por la muerte de Iván Fandiño. Menos de un año después de la de Víctor Barrio. Dos tragedias que nos recuerdan la terrible dureza del toreo, su imponente verdad. La que nos interroga y la que refleja la más profunda libertad de los héroes: poner su vida al servicio de un sueño.
A pesar de la tragedia, o quizá por ella, la vida taurina sigue su ritmo, y los festejos y las ferias se suceden con su habitual frecuencia. Y cuando uno repasa lo que está sucediendo en las plazas lo primero que observa es que, en general, está yendo más gente a las plazas. No a todas ni en todos los sitios igual, pero da la impresión de que hay mejores entradas. Las razones pueden ser variadas, pero uno tiende a pensar que es cierto que existe una cierta mejoría económica y que la asistencia a los toros, como actividad lúdica que es, correlaciona de forma bastante directa con los ingresos de los ciudadanos.
La asistencia a las plazas resulta incluso llamativa en algunos lugares. El fin de semana pasado, sin ir más lejos, resultaba realmente curiosa la buena entrada que había en las localidades de sol en la plaza de Huelva. Con el calor que hacía, a quienes se sentaban en aquellos tendidos habría que pagarles, y no cobrarles entradas no precisamente baratas. Sé que para algunos las plazas no deben perder un ápice de su incomodidad porque de ello depende la pureza del rito. Pero debo reconocer que yo soy de los que opino que el rito está en el ruedo y que en todo lo demás hay que adaptar las plazas a los estándares de comodidad de cualquier actividad cultural de alto nivel del siglo XXI, que es lo que es la tauromaquia.
Esta reflexión nos llevaría a hablar de Madrid y de sus obras. Pero el asunto tiene tantas derivadas que bien merece una reflexión independiente. Basten solo algunas afirmaciones tan personales como contundentes: Las Ventas debe ser una plaza de toros, pero también un espacio en el que se desarrollen otras actividades sociales, culturales y artísticas, siempre que con ello no se perjudique su finalidad taurina principal. Eso no es una profanación de un templo ni nada parecido; es una consecuencia básica de la necesidad de utilizar de forma eficiente y obtener rentabilidad de cualquier inmueble público (y si se hace con inteligencia, es una manera de promocionar la tauromaquia). A la vez, este carácter público de la plaza de Las Ventas nos recuerda la fragilidad de depender de cosos de titularidad pública. Y obliga además a la Administración a analizar con cuidado los pliegos de los concursos que convoca (incluir en el pliego la posibilidad de realizar actividades para las cuales la Plaza no cumple los requisitos legales es, cuando menos, poco inteligente). Por otro lado, sería bueno que la empresa demostrara ante esta situación la misma locuacidad que en los momentos inmediatamente posteriores a la concesión de la plaza y en el inicio de la temporada: la transparencia debe ser un compromiso real y constante, no un discurso oportunista cuando mejor convenga.
Lo sucedido en las Ventas, en San Isidro, con el anuncio del “cierre” por obras y con la programación veraniega, lleva a otra reflexión fundamental: la realidad no es lo que se publica en twitter y la plaza se llena por gente cuya vida no gira en torno a la tauromaquia (lo cual, por otro lado, es una bendición y una demostración de sentido común). Generalizando: la fiesta la sostiene el público y no los aficionados (sea quien fuere quien reparta los carnets de aficionado). Algunos creen que no existen aficionados porque las empresas se han empeñado en aniquilarlos, ya que son mucho más críticos que el público ocasional (también más fieles a la taquilla, habría que apuntar). Probablemente las empresas habrán agradecido que haya menos aficionados, pero ni siquiera han tenido que hacer el esfuerzo de acabar con ellos porque la falta de difusión de la tauromaquia en los medios generalistas hace que seguir la evolución de cada torero, aprender sobre la diversidad de encastes o sobre el momento de los distintos hierros sea imposible fuera de los círculos de iniciados.
Aquí surge, una vez más, el principal desafío de la tauromaquia en los próximos años: la normalización social y la consecución de un espacio público acorde con su importancia real en los hábitos culturales y de ocio de los españoles. Me consta que este es, junto con la defensa jurídica frente a los ataques que recibe la tauromaquia, el principal objetivo de la Fundación del Toro Lidia.
¡Ah, la Fundación! Lo han explicado miles de veces, pero parece que algunos no quieren entenderlo. La Fundación surge y pretende liderar el debate “nosotros” (defensores de la tauromaquia) frente a “ellos” (los que quieren invisibilizarla o prohibirla). Por tanto, la Fundación no va a entrar en el debate sobre el trapío de los toros en una plaza, ni en la diversidad de encastes, ni en la actuación de ciertos empresarios,… Uno puede creer que lo único importante para defender la tauromaquia es que las figuras se acartelen con todos los encastes y que haya toreros a los que se den más oportunidades. O que en las Ventas no se den conciertos de rock and roll. Sea eso cierto o no, la función de la Fundación no es esa. Lo que está haciendo es imprescindible. Y haber conseguido unir para ello a los variopintos sectores de los taurinos es un gran logro. Su labor, además, no excluye otras acciones (conjuntas, o por parte de aquellos que quieran librarlas). Pero tratar de atacarla o criticarla por no dar otras batallas internas es no haber entendido la importancia del debate actual con los enemigos de la fiesta.
En el debate por tener una cierta repercusión social las empresas han empezado a tomar conciencia de que tienen que hacer cosas nuevas. Es quizá lo único de lo que hayan tomado conciencia; a lo demás: hacer carteles atractivos, facilitar la compra de entradas, el acceso a la plaza, mejorar la comodidad, etc. parece que la mayoría ha renunciado. Pero en lo de intentar tener visibilidad todos han tratado de hacer algo. Empresas torpes y rancias como la de Sevilla han abierto la plaza y han convocado para torear de salón en la Puerta de Jerez. Y otras modernas y activas como Lances de Futuro dinamizan la ciudad de las plazas que regentan con múltiples actividades taurinas y consiguen con iniciativas novedosas (toreo de salón de Garrido en la playa de Vistahermosa) tener cierto protagonismo en informativos generalistas.
Pero todo lo anterior tiene después que verse refrendado cuando suena el clarín. Desafortunadamente, hoy para defender la tauromaquia no basta con lo que sucede entre toro y torero. Pero, a la vez, sin que emocione e ilusione lo que pasa en el ruedo ninguna defensa será suficiente. El peligro está siempre presente (como lo demuestran las cornadas mortales a Víctor Barrio e Iván Fandiño) pero el tipo de embestida de muchos toros y el exceso de técnica de muchos toreros hace que, en demasiadas ocasiones, falte el punto de emoción imprescindible. En demasiadas ocasiones sale un toro descastado y noblón. Un toro con el que sólo la genialidad (Morante) o el compromiso extremo (José Tomás) consiguen poner en pie a la gente del tendido. Hay grandísimos toreros en el escalafón. Algunos con muchos años de alternativa y no pocos con gran interés de las últimas hornadas. Pero su toreo sólo brilla con un toro encastado, un toro que sale por chiqueros con menos frecuencia que la deseada.
La temporada también nos ha traído (¡qué le vamos a hacer!) debates jurídicos sobre la prohibición de la tauromaquia y sobre los reglamentos. Lo de la prohibición en Palma es algo que, por chusco, no debería merecer el más mínimo comentario: como querían prohibir los toros y el constitucional dijo que las comunidades autónomas no podías hacerlo, lo regulan para hacerlo inviable. Esperemos que el constitucional entre al fin en el fondo del debate en el que no quiso entrar en la sentencia sobre la prohibición catalana y refrende la imposibilidad de que ninguna comunidad autónoma establezca regulaciones contrarias al desarrollo normal de la lidia.
Pero el problema de fondo es que se ha reconocido a las comunidades autónomas la posibilidad de regular el desarrollo del festejo (algunos pensamos que el problema es que el festejo esté regulado, pero eso sería un debate más complejo). Y las comunidades son muy suyas ejercitando sus competencias. Andalucía anuncia ahora un nuevo reglamento limitando el número de estocadas o descabellos. Y la gente se alarma y pide un reglamento único. Y así debería ser (un único reglamento o ninguno, pero desde luego no diecisiete). El problema es que en un país donde el calendario de vacunaciones o el temario escolar varía entre comunidades autónomas, donde hay padres que tienen que defender en los tribunales el derecho de sus hijos a aprender en español, donde cada comunidad autónoma tiene un sistema informático distinto para la administración de justicia, sin comunicación posible entre unas comunidades y otras,… reivindicar la unidad del reglamente taurino resulta hilarante.

Bien dijo el maestro Ortega y Gasset que la tauromaquia es un espejo que refleja fielmente el estado de nuestra sociedad. Pues eso.

domingo, 18 de junio de 2017

Fandiño

Lo que más me conmueve en la muerte de Iván Fandiño es la libre aceptación de su destino. Como todos los toreros, cuyo rostro grave y circunspecto vemos cada día en las corridas, "sabía" que podía morir. Nosotros nos olvidamos de ello, pero ellos conviven diariamente con la muerte y prefieren, como dijo Rilke, "morir su propia muerte", no la muerte de los médicos o de los accidentes de tráfico.

Invocar a la muerte, la diaria convivencia con ella, engrandece la condición humana. Desde una perspectiva existencialista ya advirtio Heidegger que el hombre es "un ser para la muerte", dar sentido a la muerte es una parte no menor de la tauromaquia, que exige regularmente este tributo de sangre, inapelable.

Este es el único reparo moral que puedo encontrar yo en los toros, lo único que justificaría su prohibición, pero sería impugnar el libre albedrío, que nos permite cada minuto decidir ser bueno o malo. Yo entiendo que desde un punto de vista racional o ilustrado una lectura litúrgica y sacrificial, pueda escandalizar a los bienpensantes del siglo XXI, pero el hombre no es racional y las razones del corazón son pascalianamente ininteligibles.

Engrandece el héroe esta fiesta ancestral, como aquel aviador irlandés de Yeats que preveía su muerte y la igualaba con su vida, ese tumulto entre las nubes; entre las plazas y las dehesas en el caso de Iván. 

Comprendo, por otro lado, la perspectiva animalista, porque a mí me emociona tanto como al primer abolicionista la muerte de un animal; pero no puedo evitar pensar que esa humanización de la naturaleza no deja de ser una operación humana, una transferencia de nuestros buenos sentimientos a un universo, lo animal, donde no rigen las leyes morales. Mientras exista dolor humano en el mundo creo que los esfuerzos por abolir la tauromaquia merecen empeños dignos de más alta causa. Pero no deja de ser una opinión, comprendo su rechazo porque lo tuve de niño y amo al reino animal, como al vegetal y al mineral. 

¿Por qué entonces soy taurino? Por razón de belleza, desde luego, pero creo que, sobre todo, por una cuestión moral, la de quien evidencia que la vida humana es tan sagrada que puede y debe ser entregada por los demás. Podrá no haber toros, pero siempre habrá toreros, héroes capaces de vivir con la compañía de la muerte, señalando con la luz de oro de su traje, la que comparten con el sacerdote y el militar, que la muerte no es el final y que, si acaso lo es, merece la pena sacrificarla por nuestros semejantes y hermanos. 

Descansa en paz, Iván, 

Paz para el héroe.


lunes, 15 de mayo de 2017

Madrid (15 de mayo de 2017) - Entre unos y otros...

Podríamos ponernos a buscar los matices, los acentos, las precisiones más sutiles de cada uno de los toros y de los toreros. Pero sería un ejercicio insustancial. La corrida de Montalvo ha sido mala, muy mala. Y con una corrida muy mala uno puede pontificar sobre la actitud de los toreros, su disposición, su técnica y sus artimañas. pero al final será un ejercicio intelectual de unos pocos iniciados que de poco servirá para el disfrute de las más de 20.000 personas que hoy estábamos en los tendidos de Las Ventas.

Curro Díaz en el primero dejó algunos detalles de clase. Pero el toro era muy flojo y no transmitió nada. El cuarto fue el mejor toro de la corrida, y sin ser un buen toro dejó la sensación de que el torero podía haberse comprometido algo más. Curro conoce bien a la plaza de Madrid y sabe que se derrite con un pase desmayado por bajo. Y él los da de un modo mágico. Pero a la gente le hubiera gustado ver tres o cuatro series ligadas y rematadas con uno de pecho o un kikirirkí. Un toreo que fuera más allá de lo estético puntual, quiere decirse.

Ureña en el segundo tuvo muy pocas opciones. Y en el quinto salió a torear de muleta muy mermado después de que el toro le hubiera empotrado contra las tablas tratando de torearle con el capote. A este le dio una tanda buena. A los dos los despachó con estocadas haciendo guardia. ¡Vaya cuatro días de malas estocadas que llevamos!

A López Simón hay parte de la plaza que le anda buscando. Y no tanto por él sino por la habilidad que ha tenido de rodearse de lo peorcito en su equipo. ¡Manda huevos que un torero tenga que tener un equipo -recordemos a Antoñete o a Antonio Bienvenida en el día del santo y pensemos si tendrían a su lado a un sujeto como Julián Guerra pegándoles gritos desaforados desde la barrera-!

López Simón sabe torear. Pero hoy no lo ha demostrado. Ha dado cientos de pases, pero todos insustanciales, vacíos, ayunos de cualquier atisbo de arte, de gracia o de hondura. Le hemos visto otras veces torear bien (o sea, que sabe hacerlo). Lo mismo algún día vuelve a querer demostrado en la primera plaza del mundo.

Sobre las sanciones a los profesionales taurinos

Apuntaba en mi anterior entrada que quería dedicar una líneas a justificar por qué no creo oportunas las sanciones a los profesionales taurinos por actuaciones durante la lidia. El asunto viene a colación del anuncio que hizo el Presidente de la corrida del sábado de que iba a proponer para sanción al picador del tercer toro y al puntillero que remató al toro devuelto tras tres avisos.

Vaya por delante mi reconocimiento a D. Jesús María Gómez Martín a quien considero un buen aficionado y presidente. Especialmente valiente por dar la cara frente a los aficionados y comunicarse públicamente con ellos, con las limitaciones de los 140 caracteres, como muy bien apuntó. Y que lo que hizo, conforme prevé el Reglamento, es proponer para sanción determinados comportamientos que, a su juicio, suponían una infracción del mismo (respecto a lo cual uno puede entender más o menos ajustado a derecho en cada caso).

Pero mi objeción es más general. O previa, si se quiere.

Muchos aficionados consideran que el Reglamento es la salvaguarda de la pureza de su afición. Y que el Presidente debe ser el guardián de las esencias. Por eso aquel grito de guerra de "¿A quién defiende la autoridad?". A mi juicio, sin embargo, el Reglamento no debe cumplir esa función y el mero hecho de que regule lo que sucede en el ruedo constituye una debilidad (además de un anacronismo) de la tauromaquia. Pero vayamos por partes.

El Reglamento es una norma jurídica. Y en la parte de la que estamos hablando una norma de carácter sancionador a la que aplican todas las reglas y procedimientos previstos para cualquier norma sancionadora de carácter administrativo (con su correspondiente tramitación y sus eventuales recursos que pueden llegar, y en algunas ocasiones ha sucedido, hasta el Tribunal Constitucional). El sancionar a un picador que lo hace mal o a un puntillero se hace sobre la base de la necesidad de que la administración salvaguarde un interés general. Como lo hace cuando se sanciona al que conduce bajo los efectos del alcohol, al que vende productos perjudiciales para la salud o al que defrauda en el pago de sus impuestos.

Y, a mi juicio, la relación de la Administración con la Tauromaquia no debería ser esa. La Tauromaquia es un elemento básico de nuestro patrimonio cultural. Como lo es el flamenco o el teatro del Siglo de Oro. Por eso, la Administración debe favorecerla y apoyarla, ayudar a su divulgación, realizar labores para que se conozca y admire. Pero no sancionar a quienes en algún momento la ejecutan sin pericia. Como no se sanciona a un flamenco que en una noche mala da un mitín en vez de cantar como los cabales. Ni a un actor que dice mal el verso o a quien se le olvida el texto de Calderón que tiene que recitar.

Pero lo peor es que los aficionados consideran que la Administración debe hacer eso porque si no los taurinos, que, afirman muchos, "son unos golfos", nos engañarían continuamente. Y esa es precisamente una preocupante muestra de debilidad.

Si reivindicamos la tauromaquia como parte del patrimonio cultural debemos exigir un trato igual al de las demás actividades artísticas. Pero igual para todo. Para la promoción y para un régimen que no suponga una injerencia absoluta de la Administración en la preparación y desenvolvimiento del espectáculo. Primero, porque con un régimen de control y autorización tan invasivo por parte de la Administración, una Administración contraria a la tauromaquia puede hacer mucho daño. Y segundo porque nadie que se pone delante de un toro merece que un órgano administrativo o judicial le imponga una sanción por lo que ha hecho en circunstancias tan particulares como son la lidia de un toro bravo.

Con esto no quiero decir que no haya actuaciones en el ruedo que no merezcan un reproche. Que, sin duda, las hay. Pero el reproche no debe ser administrativo. Para esos casos, deben articularse consecuencias que determinen los propios aficionados y la estructura de la tauromaquia (como sucede de alguna manera en Francia). Aunque para eso haría falta una organización adecuada de la sociedad civil en este y otros ámbitos. Algo ajeno a nuestra tradición y vehemencia.

domingo, 14 de mayo de 2017

Otero, un toro al corral y lo demás

Lo más emocionante de la tarde lo hizo Ángel Otero en el segundo, un toro sin fijeza al que no había forma de parar con el capote. En el tercer par, con el toro colocado muy cerca de tablas, Otero indicó a su compañero que no le diera más capotazos, le citó, fue hacia él, el toro se arrancó y fue recortando, de modo que se preveía que el torero debería pasar en falso o poner mal los palos, pero Otero aguantó, cuadró con rapidez en la cara y puso un par memorable. La plaza se levantó inmediatamente del asiento y dio la ovación más grande de estos tres días. Y no será fácil que haya muchos momentos en los que de modo tan unánime la plaza sienta y reconozca la impagable mezcla de valor y torería.

Lo más aciago fueron los tres avisos que le dieron a David Mora en el quinto después de un pinchazo hondo e infinidad de descabello a un toro que no descubrió la muerte en ningún momento. A David se le vio con ganas, pero desconfiado y limitado físicamente. Quizá hubiera sido mejor que a este toro lo hubiera tratado de entrar a matar otra vez, que los banderilleros le echaran el capote al hocico,... Lo cierto es que el rato de los descabello fue francamente desagradable. Así no.

Dos apuntes en relación con esto. El que al torero se le despida con una bronca de mayor o menor intensidad, o se reconozca el esfuerzo de recuperación que ha hecho después de la terrible cornada que tuvo, o se mitigue la protesta por la tarde que brindó a la plaza el año pasado es cosa de cada uno; pero lo de tirar las almohadillas al ruedo no es de recibo. Más que nada porque con la envergadura de las almohadillas de Madrid cuando se da con ellas a alguno de los espectadores que están en los tendidos bajos se le causa un quebranto no menor, y según dónde se le dé un día puede haber una desgracia. En cuanto al toro, creo que después de los tres avisos si se le puede apuntillar en el ruedo de forma rápida y eficaz es mejor que sacar a los cabestros; y entiendo que es completamente reglamentario. Pero esto será objeto de otra reflexión.

Aparte de Otero y de los tres avisos a David Mora, Urdiales en su primero toreó inmensamente bien con el capote, dando un par de lances sublimes. Con la muleta una tanda en redondo fue muy buena. El resto de la faena demostró su naturalidad y torería, pero no pudo ligar las series ni alcanzar el mismo nivel por las condiciones del toro. Con el cuarto quedó inédito porque el toro tampoco permitió hacer faena alguna.

Garrido ha demostrado toda la tarde su suficiencia y maestría con el capote. Probablemente esté entre los tres o cuatro diestros del escalafón que mejor lo maneja. En especial, el recibo rodilla en tierra a su primero para fijar la embestida fue torerísimo y muy inteligente. Con la muleta en el tercero no pudo hacer nada después de que su picador hubiera masacrado al toro en varas. Y el sexto tampoco le dio muchas facilidades por lo que fue imposible el lucimiento.

La corrida de El Pilar ha sido mala sin paliativos. El viento tampoco ha ayudado a buscar los terrenos en los que lidiarla del mejor modo, pero los animales que han salido por chiqueros poco se han parecido en su comportamiento a lo que debe ser un toro bravo. Resulta realmente extraño cómo una misma ganadería. de una misma camada, puede echar dos corridas tan dispares como las que han salido en Sevilla y en Madrid.

(El presidente, gran aficionado, indicó en twitter que iba a proponer para sanción al picador del tercero y al puntillero. Mañana comentaré por qué creo que las sanciones a los que intervienen en la lidia no son procedentes, aunque soy consciente de que el Reglamento dice lo que dice).

sábado, 13 de mayo de 2017

Mansedumbre en dos variantes

Las dos primeras corridas de este San Isidro no han sido buenas. Ni los toros de La Quinta ni los de El Ventorrillo han permitido lucimiento alguno a los diestros. Sólo el lote de Morenito de Aranda dio alguna opción, que éste aprovechó con un toreo templado y de gusto. Pero falló a espadas, lo cual no le impidió recoger una oreja del quinto de la tarde del viernes.

El fallo a espadas ha sido común en todos los matadores. Es cierto que los toros no dieron facilidades y que alguno fue especialmente difícil de matar, tirando gallones al cuello cada vez que el torero trataba de hundir la espada. Pero sin espada no hay gloria, y quienes tratan de alcanzarla deberían tratar de mejorar de modo sustancial en la suerte suprema.

David Galván quedó inédito por una cornada seguida de voltereta que en la plaza se vivió con tremenda conmoción. Esperemos que a no mucho tardar Galván pueda volver a vestirse de luces y dejar su sello con toros que le den alguna oportunidad.

Aguilar estuvo técnico y aseado toda la tarde, pero se le notó frío y no llegó a conectar con el público.

Javier Jiménez dejó algunos detalles de su toreo, sobre todo al natural. Pero le faltó algo de conjunción y, sobre todo, acierto con la espada.

La corrida más que cinqueña de La Quinta sacó una absoluta mansedumbre y mucho peligro, con toros avisados que desarrollaron pronto sentido. Fueron muy mal lidiados, pero me temo que una lidia más eficaz sólo hubiera servido para que el tendido hubiera tenido menor sensación de peligro, no para que el lucimiento de las faenas hubiera sido mayor.

En la de ayer, Eugenio de Mora lo tuvo imposible con sus dos oponentes. Muy mala suerte la de este torero, que en los últimos años no ha tenido la más mínima oportunidad de mostrar en Las Ventas si a la calidad que tiene ha unido la decisión y la serenidad para hacerse un hueco.

Morenito de Aranda, como queda dicho, tiene temple y gusto toreando. Conecta bien con el público y ha sido el que menos mala suerte ha tenido con el lote. La oreja, después de un pinchazo, quizá fue excesiva. Pero sin duda los mejores muletas hasta ahora han sido los suyos.

Y Román ha sido todo decisión y valor. Pero lo que más se escuchaba al salir de la plaza sobre él, después de reconocer su hombría es aquello de "pero a mí no me dice nada". Dio la impresión de estar acelerado y de faltarse un punto de reposo con las telas. No lo tuvo fácil con su lote. Pero al valor, imprescindible, hay que unir un cierto sentido estético para poder llegar al corazón del tendido.

Los toros de El Ventorrillo eran muy aparatosos, pero dieron muy mal juego. Fueron mansos, sin codicia y, en general, no tuvieron humillación ni repetición, salvo el quinto, que sí fue de lejos con inercia. No desarrollaron el peligro de los del día anterior, pero, como suele suceder con esta ganadería, la opinión generalizada es que vaya manera de echar a perder una ganadería que han tenido quienes la compraron a Medina.


domingo, 26 de febrero de 2017

Vistalegre (25 de febrero de 2017) - Sólo para convencidos

Programar toros en febrero en Vistalegre es una apuesta fuerte para cualquier empresario y un lujo para quien pretende ver toros en la plaza. Conseguir llevar público es tremendamente complicado. El aficionado convencido y fiel va sin hacerse demasiadas preguntas después de más de cuatro meses sin pisar una plaza. Y el aficionado "exigente" ha podido reforzar durante el invierno sus convicciones y, según el cartel, hace de su ausencia una reivindicación de su tauromaquia (real o imaginada). Un ejercicio de difícil ajuste, en fin.

Quienes fuimos ayer a Carabanchel deseosos de pasarlo bien y emocionarnos, tuvimos algún momento de disfrute, pero muchos más de indignación y hasta, casi de aburrimiento. Lo cual, al comienzo de temporada y después de cuatro meses sin pisar una plaza es preocupante.

Hubo un toro interesante: el primero. Y con él, David Mora dejó momentos de gusto. La gente estuvo con él y no tenía el ambiente frío habitual de un primer toro. Aun así hizo una faena irregular, con momento de intensidad y buen toreo y otros de menos ajuste. El cuarto fue un toro muy flojo y Mora le toreó a media altura intentando que no claudicara. De forma inteligente fue sacándole pases aislados con la zurda que calaron mucho por su naturalidad y desmayo. Pero no hubo faena redonda que contar.

Madrid esperaba ver a Ureña. Y Ureña estuvo muy dispuesto en su primer toro. Las gaoneras ajustadas del quite fueron toda una declaración de intenciones. Luego, hubo un susto importante al empezar la faena de muleta, que empezó con dos tandas muy importantes en redondo, pero que se fue diluyendo al natural y cuando volvió a coger la diestra. Se quedó en una demostración de valor y de lo bien que puede torear. Pero con la decepción de que no llegara a más. El quinto, cuando la tarde estaba ya torcida, fue un toro que no dio opciones y con el que el lucimiento era imposible.

Varea demostró que tiene ganas y un buen concepto. Pero que le falta técnica, rodaje, horas en los ruedos y en el campo. Algo normal tal y como está esto. Lo mejor fue su toreo de capote al tercero, meciendo muy bien las manos al comienzos y arrebatado después de que el toro le rajara la capa cuando estaba toreando infinitamente despacio. Con la muleta se le vieron mejores maneras e intenciones que resultado. Y dio la sensación de que el toro habría dado algo más de sí. El sexto fue un toro sin posibilidades con el que se justificó.

Los comentarios, a la salida, eran más sobre Olivenza o Illescas, sobre los carteles de Sevilla o sobre lo poco que se empieza a saber de San Isidro que sobre lo que acababa de pasar. Lo cual demuestra que la tarde no fue buena (que fue de más a menos), y que los habituales somos unos "jartibles" que hablamos de esto y vamos a la plaza casi pase lo que pase. Algo que los empresarios saben, aunque también son conscientes de que necesitan que vaya más gente (y eso, con tardes así, no es fácil).

Pese a todo, volvimos con la satisfacción de volver a ver toros.

¡Nos vemos en las plazas!